productos podridos
corto y pego en secreto:
Gracias [Sr.] Marías por escribir sobre el libro (y sobre los que trabajamos para él), y no sobre el mercado, la competencia de títulos y autores, la grandeza de las editoriales, las ventas, etc., sino sobre el libro como objeto de cultura, de disfrute, comprensión, aprendizaje... Soy correctora de profesión y además por vocación. Disfruto resolviendo entuertos lingüísticos, disfruto buscando la calidad que un texto se merece y los lectores (se supone) reclaman; en general disfruto, pero me desespero ante la inoperancia de algunas editoriales, la ignorancia; el creer que cuanto menos se toque un texto mejor, el creer que la calidad reside en la rapidez con que se produzca, el creer que los autores y los traductores son intocables, el creer que mejorar y a veces rehacer completamente un libro no merece un pago digno a un corrector. Me da pena que sean mínimas las editoriales “re”, que remiran, releen, revisan, rehacen los textos hasta estar seguras de su calidad y que sean numerosas las que los toman como meros medios de ingresos o prestigio. Intento, a pesar del poco valor económico que se le da a mi trabajo, hacerlo bien, pero, como dicen “tus correctoras”, no me puedo matar. Para qué si cuando el texto vuelve a la editorial a ésta le parece excesivo que corrija una preposición o que sugiera una relectura porque el texto no se entiende. Para qué si algunos editores han dejado de pensar como lectores (tal vez nunca lo fueron) y ahora sólo leen cifras. Quisiera creer que “el placer de leer un buen libro” no es una frase vacía y que está relacionado con el placer de hacer un buen libro. Las editoriales carecen de calidad y eso ha llegado a los profesionales que para ellas trabajan. Al no exigirse calidad surgen correctores, traductores, técnicos editoriales que creen que éste es un trabajo que puede hacer cualquiera al que le guste leer diez minutos cada noche. No, debemos exigir calidad a todos los puntos que componen el proceso editorial. Un libro no es aquello que vemos en la bandeja de novedades del autor más vendido y que cuesta unos 24 euros. Un libro ES porque se lee y leer un libro es “consentir en dejarse agradar” (Lyrical Ballads de Wordsworth y Coleridge), pero para ello “antes de que una obra valga por lo que dice tiene que valer por cómo lo dice” (Mario Muchnik).
Gracias [Sr.] Marías por escribir sobre el libro (y sobre los que trabajamos para él), y no sobre el mercado, la competencia de títulos y autores, la grandeza de las editoriales, las ventas, etc., sino sobre el libro como objeto de cultura, de disfrute, comprensión, aprendizaje... Soy correctora de profesión y además por vocación. Disfruto resolviendo entuertos lingüísticos, disfruto buscando la calidad que un texto se merece y los lectores (se supone) reclaman; en general disfruto, pero me desespero ante la inoperancia de algunas editoriales, la ignorancia; el creer que cuanto menos se toque un texto mejor, el creer que la calidad reside en la rapidez con que se produzca, el creer que los autores y los traductores son intocables, el creer que mejorar y a veces rehacer completamente un libro no merece un pago digno a un corrector. Me da pena que sean mínimas las editoriales “re”, que remiran, releen, revisan, rehacen los textos hasta estar seguras de su calidad y que sean numerosas las que los toman como meros medios de ingresos o prestigio. Intento, a pesar del poco valor económico que se le da a mi trabajo, hacerlo bien, pero, como dicen “tus correctoras”, no me puedo matar. Para qué si cuando el texto vuelve a la editorial a ésta le parece excesivo que corrija una preposición o que sugiera una relectura porque el texto no se entiende. Para qué si algunos editores han dejado de pensar como lectores (tal vez nunca lo fueron) y ahora sólo leen cifras. Quisiera creer que “el placer de leer un buen libro” no es una frase vacía y que está relacionado con el placer de hacer un buen libro. Las editoriales carecen de calidad y eso ha llegado a los profesionales que para ellas trabajan. Al no exigirse calidad surgen correctores, traductores, técnicos editoriales que creen que éste es un trabajo que puede hacer cualquiera al que le guste leer diez minutos cada noche. No, debemos exigir calidad a todos los puntos que componen el proceso editorial. Un libro no es aquello que vemos en la bandeja de novedades del autor más vendido y que cuesta unos 24 euros. Un libro ES porque se lee y leer un libro es “consentir en dejarse agradar” (Lyrical Ballads de Wordsworth y Coleridge), pero para ello “antes de que una obra valga por lo que dice tiene que valer por cómo lo dice” (Mario Muchnik).
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